Apreciados todos, en esta sección publicamos vuestras cosas.La inaugura Manuel Fdez. Cobián (Insulae).Además de jugar bien . . . piensa.Ante la ofensiva socialista en España, constante últimamente, hacia la Iglesia Católica uno se pregunta los motivos. Parece claro que se intenta movilizar al electorado más radical y anticatólico que es proclive a la abstención si no hay motivos serios para ir a votar. Se intenta, además, meter a la Iglesia en un ámbito puramente político y separar a la Jerarquía española -a la que se acusa de "retrógrada y anquilosada en el pasado"- de los fieles de a pie (los cristianos modernos auténticos).
Me parece lógica la estrategia y perfectamente orquestada. Ahora bien, hay un amplio sector del electorado socialista que se consideran buenos cristianos, van a Misa, están de acuerdo en general con los obispos y con la doctrina social de la Iglesia y llevan a sus hijos a colegios con ideario cristiano. Pues bien, a estas personas, votantes socialistas habría que informarles de cosas que quizás nunca habían pensado. El 9 de marzo está en juego el futuro y bienestar de muchas personas y el bien de la sociedad.
¡¡¡Es hora de posicionarse. No más mezclas explosivas, no más ambigüedades!!!!
Cristo le dijo a los apóstoles cuyos sucesores son los obispos -la Jerarquía-:
"El que a vosotros oye, a mí me oye; el que a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y el que a mí me rechaza, rechaza a Aquel que me ha enviado" (san Lucas Cap. X, v.16)
SI TE CONSIDERAS SOCIALISTA Y CRISTIAN@ Y EL 9 DE MARZO QUIERES REALMENTE EMITIR UN VOTO RESPONSABLE ,QUE ESTÉ DE ACUERDO -o lo menos en desacuerdo posible- CON TUS PRINCIPIOS MORALES, LEE EL ARCHIVO ADJUNTO DONDE LA IGLESIA CONDENA SIN TAPUJOS EL SOCIALISMO.
Espero haberte ayudado
un saludo
Manuel
Estamos a tiempo de hacer algo, pero ya queda muy poco.....
SOBRE LA CONDENACIÓN POR PARTE DE LA IGLESIA DEL SOCIALISMO EN GENERALEs evidente que un cristiano que abrazase la doctrina marxista sería un apóstata del cristianismo y, en consecuencia, dejaría de pertenecer a la comunión eclesial, sin necesidad de que la autoridad eclesiástica lo declarase con un acto positivo.
Sin embargo, ya desde hace algunas décadas, se ha hecho más o menos frecuente el fenómeno de cristianos que se sienten atraídos hacia el socialismo en sus diversas formas y manifestaciones. Las causas de ese extendido fenómeno, que lamentaba ya en su día Pablo VI (cfr. Carta Octogesima adveniens, 14-V-1971, n.31), son sin duda muy variadas y complejas: desde, en algunos casos, la ignorancia sobre qué es el socialismo o sobre la doctrina de la iglesia, hasta el afán de estar “en vanguardia”, de ser “modernos”, de atribuirse el “prestigio” que tenía y todavía tiene en algunos ambientes el “ser de izquierdas”. Pero, como fenómeno general, ese deslizamiento tiene también raíces más profundas que la simple ignorancia o la superficialidad, y que vienen de lejos. Entre ellas ha tenido ciertamente un lugar importante la insistencia unilateral –y, a veces, incluso desenfocada en sí misma- en los aspectos sociales del cristianismo, que tiene lugar en muchos ambientes.
Por eso puede ser útil recoger los principales elementos de la reprobación del socialismo por parte del Magisterio de la Iglesia. Obviamente, la Iglesia condena estos sistemas por su radical e intrínseca incompatibilidad con el cristianismo. Antes de nada habría que aclarar que la Iglesia “por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está atada a sistema político alguno” (Conc. Vaticano II, const. Gaudium et spes, 76). Los criterios doctrinales no representan una mengua de la legítima libertad de los fieles en materias propiamente políticas, ya que “una tal determinación por parte de la Iglesia, aun en los asuntos políticos, nunca puede ser una actuación puramente política, sino que debe ser siempre sub specie aeternitatis, a la luz de la ley divina, de su orden , de sus valores” (Pío XII, Radiomensaje de Navidad. 1951; cfr. Conc. Vaticano II, const. Gaudium et spes, 42). Además, el Magisterio condenó también los errores del liberalismo, que coincide con el socialismo en su concepción materialista del mundo cerrada a lo trascendente.
I. Esa condena es global: de los presupuestos teóricos y de sus realizaciones prácticas.
Desde el mismo florecer de los movimientos socialistas, los Romanos Pontífices vieron en el socialismo –y sobre todo en el marxismo, que se presenta como “socialismo científico”- el cúmulo de todos los errores, y su condena fue pronta y constante, afirmando que “existe una diferencia tan grande entre su perversa doctrina dogmática y la purísima doctrina de Jesucristo, que no la hay ni la puede haber mayor” (León XIII, Enc. Quod apostolici muneris). Anteriormente, el Beato Pío IX había afirmado que el socialismo es el “nefasto enemigo número uno del derecho natural” (Enc. Qui pluribus, 1846) y constituye un “sistema horrendo y catastrófico, opuesto como ningún otro a la razón y al derecho natural” (Enc. Quipus quantisque) que lleva a “la subversión integral del orden de las realidades humanas” (Enc. Nostis et nobiscum).
El sistema marxista se dividió muy pronto en dos bloques principales: el marxismo “ortodoxo” (que daría origen a los partidos comunistas) y el marxismo “revisionista” (que daría lugar a los partidos social-demócratas, que a su vez sufrirían después numerosas escisiones). Pío XI advertía esta división en 1931, y condenaba las dos grandes ramas del socialismo. “El socialismo de entonces (el de la época de León XIII) podía considerarse como único, y propugnaba unos principios doctrinales definidos y un cuerpo compacto, se fraccionó después principalmente en dos bloques de ordinario opuestos y aun en la más enconada enemistad, pero de modo que ninguno de esos bloques renunciaría al fundamento anticristiano propio del socialismo” (Enc. Quadragesimo anno).
Ya en esa época, algunos movimientos socialistas parecían haber perdido su virulencia anticristiana, e incluso buena parte de su “espíritu subversivo”. Pero es necesario tener en cuenta que el socialismo no es una simple cuestión de métodos, sino una concepción global del mundo, de la sociedad y del hombre, no compatible con la verdad cristiana. Decía Pío XI: “Pero, ¿qué decir si, en lo referente a la lucha de clases y a la propiedad privada, el socialismo se suaviza y enmienda hasta el punto de que, en cuanto a eso, ya nada hay de reprensible en él? (…): como doctrina, como hecho histórico o como “acción social”, el socialismo, si sigue siendo verdadero socialismo, aun después de haber cedido a la verdad y a la justicia en esos puntos indicados, es incompatible con los dogmas de la Iglesia Católica, puesto que concibe la sociedad de una manera sumamente opuesta a la verdad cristiana” (Enc. Quadragesimo anno). De ahí que “socialismo religioso, socialismo cristiano, son expresiones que implican términos contradictorios: NADIE PUEDE SER A LA VEZ BUEN CATÓLICO Y VERDADERO SOCIALISTA” (Enc. Quadragesimo Anno). *
* [Es importante aclarar que no se debe confundir el socialismo con a cualquier grupo o programa político que, basándose en generales ideales de justicia social, propugne la defensa de los intereses de los obreros, la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos, etc. Todo eso, no es lo propio del socialismo, en ninguna de sus formas, ni privativo de esta o aquella dirección política. Esos y otros postulados análogos “nada contienen contrario a la verdad cristiana, ni tampoco son, en verdad, reivindicaciones propias del socialismo. Por lo tanto, quienes solamente pretenden eso, no tienen por qué agregarse al socialismo” (Pío XI, Enc. Quadragesimo anno. 1931)]
Entre los PRESUPUESTOS DEL SOCIALISMO CONDENADOS POR LA IGLESIA conviene recordar:1.
Su reduccionismo materialista, que va unido a una concepción del mundo inmanentista, es decir, negadora teórica o prácticamente de toda dependencia de la sociedad respecto a lo trascendente: Dios, ley eterna. Frente a la visión cristiana, “el socialismo, por el contrario, completamente ignorante y descuidado de tan sublime finalidad del mundo y de la sociedad, pretende que la sociedad humana no tiene otro fin que el puro bien material” (Enc. Quadragesimo anno). (…) “Busca exclusivamente los bienes terrenos, corpóreos, externos, y pone la felicidad humana en la adquisición y goce de estos bienes” (León XIII. Enc. Graves de común, 1901). Y en esto el socialismo –incluso el más moderado- es incompatible con el cristianismo (cfr. También Beato Juan XXIII, Enc. Mater et Magistra, n.34; Conc. Vaticano II, const. Gaudium et spes, n. 76).
Este materialismo hace también que el bien común de la sociedad sea reducido al aspecto económico, olvidado que “el desarrollo no se reduce a un mero crecimiento económico (…). Luego el tener más, así para los pueblos como para las personas, no es el fin último” (Pablo VI, Enc Populorum progresio, 26-III-1967, nn. 14, 16, 19).
2. Este materialismo tiene como punto de partida un
carácter antirreligioso, que ha tomado diversas formas: desde la persecución sangrienta (el comunismo), hasta el simple declarar la religión como un “asunto privado” (los socialistas más moderados). Pero la religión no es sólo algo privado: “el poder civil, cuyo fin propio es velar por el bien común temporal, debe reconocer la vida religiosa y favorecerla” (Conc. Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, n.3; cfr León XIII, Rerum novarum, 15-V-1891).
3. Más peculiar del socialismo es el colectivismo que invierte las relaciones entre el individuo y la sociedad. En todo socialismo, el “hombre” es primariamente la sociedad, representada por el Estado, ya sea como “transición” a una sociedad sin Estado (comunismo) o como situación estable (socialismo de Estado). Esta
subordinación, teórica o práctica, de la persona y de la familia a la sociedad, es contraria a la ley natural, y por tanto al querer de Dios. Equivale a “atropellar el sentido mismo del bien común y caer en el error de afirmar que el fin propio del hombre en la tierra es la sociedad, que la sociedad es fin en sí misma, que el hombre no tiene otra vida que la que termina aquí abajo” (Pío XII, Radiomensaje de Pentecostés, 1.VI-1941). “De ahí se sigue una limitación cada vez mayor de la libertad individual del hombre” (Juan XXIII, Enc. Mater et Magistra, n.62). El socialismo “niega que el hombre es antes que el Estado” (León XIII, Rerum novarum); y la sociedad familiar es igualmente post-puesta al Estado.
Particular importancia adquiere la maldad del principio socialista aplicado a la familia, pues –aunque a veces, por conveniencias circunstanciales, en los países no comunistas, “conceda” libertades amplias- no garantiza el reconocimiento civil de la indisolubilidad matrimonial (cfr. Concilio Vaticano II, const. Gaudium et spes, n. 48); ni la patria potestad dentro de la familia (cfr. León XIII, Enc. Inmortale Dei, Rerum novarum; Pío XI, Enc Casti connubi 1930); ni el derecho de los padres a la educación de los hijos (cfr. Pío XI, Enc. Divini illius Magistri 1929). *
* El magisterio de Juan Pablo II va en la línea de todos sus predecesores. Como botón de muestra un extracto de la encíclica Centesimus annus. n. 13 (1991) escrita para conmemorar y adaptar las enseñanzas de la Rerum novarun de León XIII a los tiempos actuales)
13.1. Ahondando ahora en esta reflexión y haciendo referencia a lo que ya se ha dicho en las Encíclicas Laboren exercens y Sollicitudo rei socialis, hay que añadir aquí que el error fundamental del socialismo es de carácter antropológico. Efectivamente, considera a todo hombre como un simple elemento y una molécula del organismo social, de manera que el bien del individuo se subordina al funcionamiento del mecanismo económico-social.
13.2. Por otra parte, considera que este mismo bien pueda ser alcanzado al margen de su opción autónoma, de su responsabilidad asumida, única y exclusiva, ante el bien o el mal. El hombre queda reducido así a una serie de relaciones sociales, desapareciendo el concepto de persona como sujeto autónomo de decisión moral, que es quien edifica el orden social, mediante tal decisión. De esta errónea concepción de la persona provienen la distorsión del derecho, que define el ámbito del ejercicio de la libertad, y la oposición a la propiedad privada.
13.4. Por el contrario, de la concepción cristiana de la persona se sigue necesariamente una justa visión de la sociedad. Según la Rerum novarum y la doctrina social de la Iglesia, la socialidad del hombre no se agota en el Estado, sino que se realiza en diversos grupos intermedios, comenzando por la familia y siguiendo por los grupos económicos, sociales políticos y culturales, los cuales, como provienen de la misma naturaleza humana, tienen su propia autonomía, sin salirse del ámbito del bien común. Es a esto a lo que he llamado "subjetividad de la sociedad", la cual, junto con la subjetividad del individuo, ha sido anulada por el socialismo real.