Le gustaba decir a Camilo José Cela, evocando a Ortega y Gasset, que en España el que resiste acaba triunfando. El que es capaz de aguantar, de mantenerse firme ante el devenir suele llevarse el gato al agua, como dirían en la tele.
Para el deporte también es válida esta forma de encarar los acontecimientos y para el fútbol en particular, por ser un ejercicio de equipo, se convierte en máxima que no siempre es admitida por todas las individualidades que forman el conjunto. Aguantar, permanecer y recuperar la posición, mantener el orden . . . etc., son ideas con las que se empieza pero que más pronto que tarde se acaba. Se acaba por olvidar, en INEF, aproximadamente a los quince minutos de iniciado el partido y se intenta recuperar, aunque no siempre se consigue, cuando el contrario se aleja en el marcador a una distancia de unos tres goles.
Los antiguos griegos sabían mucho de estas cosas y una polis, entre ellos, destacó por encima de las demás en la aplicación práctica de la teoría de mantener la posición en beneficio del conjunto a pesar de quedar menos lucida la actuación individual.
En Esparta primaba el grupo frente al individuo. Su infantería pesada era la máquina militar más poderosa y mejor engranada de su época; y su éxito radicaba en mantener la posición ante las embestidas del enemigo. Cada hoplita, hombro con hombro, se consideraba una pieza de la línea. Con su enorme escudo circular, embrazado en su izquierda, protegía parte de su cuerpo y el lado derecho de su compañero. Si se le ocurría romper la formación dejaba al descubierto, ante las armas ofensivas enemigas, a quien tenía a su vera y por ende a la línea que podía ser rebasada. Lo que suponía abrir un hueco en la muralla de bronce por el que habían de penetrar los atacantes rompiendo el resto de líneas y quizá la formación en pleno, con el consiguiente peligro de la retaguardia.
Nuestra retaguardia es la portería, que no suele estar defendida por jugadores con vocación de cancerbero y balón que llega balón que se enreda; después todo es llanto, manos a la cabeza y búsqueda con la mirada del capullo que pensó que estaba jugando a tenis y que quedaba muy estiloso subiendo a la red.
Entre la falange de hoplitas lacedemonios se escuchaba constantemente: ¡Aguantad! ¡Aguantad! Y una vez que los atacantes se daban cuenta de que no había nada que hacer comenzaba su repliegue y su derrota.
Para nosotros una defensa ordenada no siempre significa una victoria. El equipo contrario puede contar con individualidades que marquen la diferencia, pero se les suele dificultar extremadamente encontrar el camino del gol. Sin embargo una defensa ordenada suele convertirse en un ataque eficaz.
Del mantenimiento de la posición y de la no rotura de la línea dependía la vida en el campo de batalla. En el campo del INEF depende el pasarlo bien que no es lo mismo que ir a pasar el rato. Por el mismo precio podemos conseguir las dos cosas.
lunes, 20 de julio de 2009
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2 comentarios:
y el resultado final del partido? yo me fui creo que cuando íbamos perdiendo de 2...
Saludos!
Pues hay resultados distintos según a quién se pregunte, pero creo que el más consensuado es el del empate.
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