Cuando
despiertas vuelves a la realidad que has abandonado al dormirte, pero mientras
duermes sueñas y llegas a creer que tu sueño es realidad; a veces con tal
intensidad que el despertar se convierte en un alivio o en una decepción.
¿Qué es la
vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
(Calderón
de la Barca. “La vida es sueño”)
Soñé que
vestía los colores de mi equipo, que mi deseado partido empezaba con mis
compañeros emplazados en la posición que nos habíamos marcado. Inicio la
carrera, subo, contragolpe de los contrarios, bajo, rechace de nuestra defensa,
sale el balón y voy tras él, viene conmigo uno del equipo ¿para qué? ¡Si ya voy
yo! Se lo digo pero no me contesta, tengo la pelota a un paso me agacho para
cogerla pero no puedo, quiero tocarla y me resulta imposible, lo intento de
nuevo y mis manos . . . mis manos se entrelazan sin lograr palparlo tan
siquiera ¿qué es lo que pasa?
Saca de
banda mi equipo, no me esperan, estoy aturdido sin comprender lo que ocurre con
mi incapacidad de hacerme con el balón y con el
ninguneo de los míos que no me esperan. Los miro esperando una
explicación pero nadie me mira a mí, ni los propios ni los rivales. Me doy
cuenta de que somos ocho en el campo, grito, alzo los brazos, les llamo la
atención . . . como si no existiese. De eso se trata precisamente no existo, no
soy, no estoy, ni tan siquiera piso la hierba artificial, me faltan unos
centímetros para que los tacos de mis botas maltraten el terreno ¿habré muerto
y estaré en el cielo?
No lo
comprendo, los veo, los oigo pero no puedo tocarlos. Ellos ni me ven ni me oyen
y ¿para qué van a querer tocar a alguien que no está? Pero estoy, no como el sábado
pasado, pero estoy allí, ahora al borde del área contraria sin manera de
inmiscuirme en la jugada, sin forma de patear un balón, ignorado ¿qué hacer?
Ya que he
venido me quedo; con las ganas que tenía de jugar. ¡Jugar! Eso es lo que haré,
me da igual mi inmaterialidad, me importa un pepino que no toque pelota, que no
pueda rematar a puerta, que no vean mis desmarques, que no logre ayudar en la
defensa, el caso es jugar. Me voy dando cuenta de que mi voluntad no es
determinante, no corro hacia donde quiero sino que hago de escudero de uno de
mi equipo, siempre cerca de él, a su lado; no consigo verle la cara, no lleva
número, nadie lo lleva en Insulae ¿Quién es? No lo sé ¿Pero qué demonios hace?
Va a sacar de banda sin importarle las protestas del equipo contrario, pero . .
. si él fue el último en tocar el balón. Me extraña su comportamiento, le sigo,
estoy encima, casi siente mi respiración en su cogote, si yo tuviese
respiración ¡Eh! ha intentado regatear, se le ha ido el balón y viéndose
perdido se ha abalanzado sobre el contrario simulando una falta inexistente ¡Joder
que jeta! Y se pone a protestar el gachó. ¿Pero quién es? Me acerco más pero
sigo sin verle la cara.
El juego
continúa, no para de protestar, también lo hace con los de nuestro equipo intenta
disimular sus errores y achaca a los compañeros su falta de movilidad, que si
no le apoyan, que si no le avisan, que si no le pasan el balón al pié, que si
la abuela fuma. Este tío es insufrible. Oigo los comentarios, le juzgan sin
compasión y con razón: tramposo. Termina el partido, baja la tensión y mi
perseguido intenta limar asperezas, se hace el gracioso, parece otro, se mete
en el vestuario. Se aprecia que tiene buen concepto de sí mismo aunque los
demás no lo tengan igual ni parecido. No es que sea inaguantable, pero hace
difícil la convivencia, él se cree que todo queda en el campo pero su
reincidencia y su evidente falta de esfuerzo por modificar su conducta hace
mella en los demás.
Quién en
su casa busca mil disculpas para no echar una mano consigue no echarla pero no
logra cambiar su pereza por diligencia, ni la apreciación que en los demás va
componiendo. Quién en su trabajo no hace su encomienda, en tiempo y en forma,
no engaña a nadie; sus compañeros le soportan hasta que le repelen y sus jefes
le recriminan hasta que le despiden. Quién aumenta sus logros de manera
ficticia no resiste ni un escrutinio ni una auditoria ni un juicio ecuánime.
Quién en su ocio se muestra como es, si esa forma de ser no es la adecuada,
acaba cargando el aguante de sus compañeros de afición.
Sigo sin
saber cómo he llegado hasta aquí en este estado, casi gaseoso, imperceptible
para los demás. Me da igual el partido ha terminado, empatamos gracias a que mi
perseguido jugador, a quién no he dejado solo ni uno de los setenta minutos, ha
discutido hasta la saciedad y sin razón una falta dentro del área, en el último
minuto, que habría supuesto un penalti que nuestro portero, probablemente, no
habría sido capaz de parar. Ahora sale del vestuario aparentemente tranquilo
camino de su coche. Se vuelve para despedirse y . . . consigo verle la cara, mi
cara . . . soy yo.
Abochornado
me he despertado de esta mala noche en esta mala posada.